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La fábula sin nombre

  • Danny W. Díaz Klatt
  • 17 jul 2015
  • 3 Min. de lectura

A mi amada

Hace muchos, muchos, muchos años fue creado Hombre. El mundo nuevo se hallaba rebosante de vida silvestre donde las aves volaban sobre el valle, los cérvidos pastaban en los extensos campos verdes y las arboledas crecían junto a los murmurantes arroyos. Todo era perfecto en la Creación Divina, pero algo faltaba, pues Hombre andaba por en medio de estas maravillas sintiendo cómo la soledad crecía en su interior día a día. Y fue así que se creó a Mujer, pareja ideal para Hombre; y entonces todo fue bueno.

Ambos, Hombre y Mujer, dieron nombre a todo lo que veían de la Creación. Aquello se convirtió en el juego favorito de ambos y no había día en que no pasaran largas horas riendo a carcajadas por los nombres tan extraños que les venía a la mente frente a un nuevo animalillo o un nuevo árbol. Hombre y Mujer eran felices y el mundo entero irradiaba esa perfección la cual llamaron “Amor”.

Cierto día Mujer desapareció. Al despertar, Hombre, bajo la enorme sombra fresca de un Baobab no la vio y anduvo por días buscándola y llamándola a gritos… pero nunca más la hallaría. Hombre, entonces, comenzó a extrañar por primera vez. Y de tanto extrañar y extrañar, comenzó a recordar por vez primera. Y de tanto recordar y recordar sintió dolor en su corazón y, por primera vez desde su creación, sufrió.

Entonces, Hombre, decidió ocupar su mente en otras cosas, pues el sufrir era horrible y lo lastimaba cada vez más. Y fue así que decidió comenzar a pensar, lo cual dio resultado, pues ello lo distraía y lo apartaba del dolor. Hombre pensó y pensó y de tanto pensar y pensar comprendió. Y pensó y pensó, ya habiendo comprendido, y entonces ideó. Y pensó y pensó aún más, ya habiendo comprendido e ideado, y comenzó a ordenar el pensamiento dentro de su cabeza y organizó acciones las cuales dieron como fruto una mejor manera de pensar y, por fin, logró planificar. Entonces tras pensar y pensar y pensar, comprender, comprender y comprender, idear, idear e idear y planificar, planificar y planificar… construyó.

Ciertamente dejó de recordar a Mujer con todo aquel trabajo, pero a cada atardecer, cuando el sol se ponía sobre el horizonte y terminaba la larga jornada, ella volvía a su mente junto con la oscuridad del mundo… entonces una vez más Hombre pensó y pensó, comprendió y comprendió, ideó e ideó, planificó y planificó y, finalmente, construyó aquello que alejaría aquel recuerdo doloroso: la luz artificial. Entonces también por las noches se dedicó a pensar, comprender, idear, planificar y construir hasta que el cansancio lo hacía dormir a penas ponía la cabeza en la almohada (porque ya había inventado la cama y las almohadas y las sábanas y las mantas y las colchas).

Entonces Hombre extrañaba a morir a Mujer, pero sólo en sueños. Sueños los cuales eran a veces hermosas fantasías donde corría de la mano con ella mostrándole todo lo que había inventado en su nombre y donde no dejaba de sonreír más, pero a veces también eran sueños angustiosos donde corría buscándola sin hallarla jamás. Toda la adolescencia de Hombre (llamada así porque fue en esa edad en la que Hombre aprendió lo que era el dolor al perder a Mujer), toda su juventud y toda su adultez pensó, comprendió, ideó, planificó y construyó y no se detuvo nunca hasta crear un mundo lleno de maravillas. Ya había dejado de extrañar, de recordar y de sufrir y todo ello se daba sólo en sueños.

Entonces Hombre fue perdiendo ideas y las ansias por inventar menguaron. Ya no había más que pensar, más que comprender, más que idear, más que planificar, ni más que construir, pues ya todo estaba hecho. Y sentándose al lado de su chimenea en una noche de invierno, en su cómoda silla mecedora, se dedicó a recordar aquellos días muy, muy lejanos. Volvió a ver la Creación (pues hacía mucho que no la observaba, pues se hallaba metido en sus proyectos y obras). Y a través de su ventana vio las montañas, más allá de los edificios, vio los ríos, debajo de los puentes, vio el cielo más allá de su techo y tuvo la impresión de conocer lo que estaba más allá de sus inventos, de sus obras y sus maravillas, aunque lo recordaba sólo como un antiguo sueño.

Entonces, sentado ahí en su silla mecedora frente al hogar, extrañó una vez más, después de tanto, tanto tiempo sin hacerlo. Y de tanto extrañar y extrañar recordó aquellos días primeros y a su Mujer, por quien lo había inventado todo. Hombre pasó días de días así. Y de tanto extrañar y extrañar, y de tanto recordar y recordar, envejeció. Al poco tiempo de ello murió.

6 junio 2006

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