La fábula justa - Parte III: Justicia (Nota final)
- Danny W. Díaz Klatt
- 5 ago 2015
- 5 Min. de lectura

En el centro de un claro, en lo más profundo de un bosque, yace una espada de dos filos clavada en la tierra. Sujeta a ella, enganchada a su empuñadura, ondea una alba túnica ensangrentada, desgarrada por el golpe frío y certero de esa misma arma, cuyo filo ha cedido con el tiempo. Desde la tierra, las madreselvas, han trepado por la hoja ahora oxidada y una única flor acompaña, con sus vivos colores, el triste movimiento de la raída tela al viento.
Han pasado miles de años desde que una hermosa joven llegara a esta parte del bosque, huyendo; ella llevaba un lienzo cubriendo sus ojos ausentes. Las voces en su interior habían aumentado y le contaban historias terribles que ya no podía soportar y que hacían crecer en su interior algo que la aprisionaba en su propio cuerpo, que la asfixiaba y la sometía. En su huida no pudo pasar de aquel claro, pues fue ahí mismo donde su cuerpo cambió violentamente una vez más, dejando atrás la forma humana para dar lugar a un ser místico y único: al águila bicéfala.
La oscura cabellera ondulada dio paso a oscuras crestas que se elevaron al cielo como coronas en cada una de las cabezas, los brazos se alargaron y convirtieron en amplias alas de descomunal fuerza y la pálida y delicada piel se cubrió de negras plumas recias y tornasoladas, sin embargo la ceguera solo la recibió una de las cabezas de la nueva criatura, la cual aún portaba la venda que se ceñía en torno a sus sienes. El ave creció majestuosa en cuestión de minutos, alcanzando el doble de su tamaño original y solo pasaron unos minutos más para que la cabeza de ojos color fuego parpadeara, cobrando consciencia independiente, por vez primera.
- ¿Por qué me has ignorado por tanto tiempo? – se quejó, con voz áspera y gutural, a la cabeza vendada, que lucía exhausta y vencida – ¿Por qué luchas contra las voces de Humanidad? ¿Acaso no te agrada que su miseria demuestre que sin nosotras no son nada? – insistió mientras miraba hacia el cielo infinito aguzando el oído, buscando las voces suplicantes y dolientes – Yo soy Terrenal y soy parte de lo que alguna vez fue Justicia, ¿me oyes, Divina? ¡Somos una sola esencia y juntas dominaremos Humanidad y el mundo entero! Lo he sentido, lo he escuchado… pondrán lo que pidamos a nuestros pies para obtener nuestro favor.
Mientras Terrenal hablaba, levantando la cabeza al cielo, orgullosa por su poder y magnificencia, Divina se había encerrado en sí misma, concentrándose en su yo singular, en su unicidad y en su singularidad. Ella intentaba percibir su piel bajo la capa epidérmica de donde nacían las plumas, intentaba percibir sus brazos, uno dentro del ala derecha, tan pequeño y débil en comparación, y el otro encerrado dentro del tórax del ave. Oía claramente a Terrenal, pero no distinguía lo que decía; Divina quería concentrarse aún más en su brazo derecho, más libre y fácil de controlar que el izquierdo, sumergido en las entrañas del nuevo ser de dos cabezas.
- ¡Somos algo único e inalcanzable y ellos, por eso, han depositado su confianza en nosotras! – seguía diciendo Terrenal, inundada de su propio monólogo, embriagada de su propia voz – Ha llegado la hora de volver, pequeña Divina, y de que yo tome el poder ahora. Temblarán bajo mis garras y yo seré la nueva Justicia. Yo sé lo que has pensado al vivir en medio de ellos, dejándolos ser, dejándolos descubrir por sí solos lo correcto y lo incorrecto, pero bajo mi régimen no se los permitiré. El miedo será el Juez y tú podrás seguir esperando a que sus mentes torpes comprendan algún día, pero mientras tanto, yo seré la Reina absoluta de cuanta monarquía surja.
Terrenal no comprendió lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde. Del ala derecha del águila había emergido el brazo humano de Divina una vez más, con el cual asió la espada que arrastrara desde Humanidad, para alzarla, con sus últimas fuerzas humanas, e introducirla en el pecho de la majestuosa ave, entre su cuerpo humano y el de su hermana. Terrenal y Divina sintieron el dolor como una sola y fue ese dolor el que hizo que se diera la última transformación en Justicia.
Divina sintió cómo su cuerpo, finalmente, era absorbido por el cuerpo del ave. Su brazo derecho volvió a introducirse en el ala que antes fuera de plumas negras y que, ahora, se tornaba de un rojo intenso, como el fuego. La mitad del águila bicéfala cambiaba transformándose de águila a un ave nunca antes vista, con plumas largas y finas color escarlata sobre la cabeza y cuyo pico ya no era curvo, sino largo y delgado. Terrenal, por el contrario, dejó de ser un ave y se transformó en un reptil con terribles fauces. Sus plumas se desprendieron del cuerpo al prorrumpir, de su piel, escamas negro-verdosas. Su pico se anchó y se convirtió en una enorme nariz de la cual salían espinas largas y flexibles, como látigos, las cuales también crecieron sobre su cabeza, como una corona corrupta la cual se convertía en espinas rígidas y en mortales cornamentas a lo largo de la espalda. El ala de su lado se convirtió en una extremidad membranosa unida a un brazo esquelético.
Divina seguía portando la venda sobre sus ojos, pero pudo sentir la maldad en ese medio ser que compartía con ella un único cuerpo. Sus colas, una de plumas rojas, y la otra de áspera piel escamosa, se entrelazaron de un momento a otro y solo por milímetros Divina pudo esquivar el mortífero ataque que la cabeza de dragón, que ahora era Terrenal, había perpetrado. La reacción de Divina no solo había sido rápida y efectiva como defensa, sino que, así como había sido un movimiento de alejamiento, ahora se había convertido en un movimiento directo de retorno, de ataque, hacia la garganta del dragón. A pesar de la piel dura y protegida por escamas, el largo y fino pico de Divina no encontró mayor dificultad para introducirse en el cuello de su hermana. La negra sangre brotó y así inició la más tremenda y brutal pelea que el mundo haya presenciado, entre gritos, aullidos y rugidos.
¿Cuánto duró aquella gresca? Nadie podría decirlo, pero acompañó a Humanidad por muchos, muchos años, como ecos sobre las montañas. Al final Divina venció y se despojó del cuerpo corrupto del dragón y de la capa emplumada color escarlata. Volvió a ser Justicia, pura, hermosa y más humana que nunca. Pero su esencia verdadera ya estaba condenada a la soledad, por lo que dando un último vistazo hacia donde se encontraba Humanidad, siguió su camino hacia la espesura del bosque. Lo único que llevó con ella, como atuendo, fue la venda que cubría sus ojos ausentes, pues se había quitado también la túnica donde se veía el corte que dividió a su esencia terrenal de la divina. Y fue, por la eternidad, esa tela ceñida a su cabeza, suficiente recuerdo para no olvidar a Humanidad nunca más.
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