La inercia de los sanfermines
- Danny W. Díaz Klatt
- 23 jul 2015
- 3 Min. de lectura

Ser limeño y declararse un seguidor, aficionado y amante de los encierros pamploneses tiene grandes recompensas y contrastantes bemoles que, tal vez, sola y únicamente otro aficionado a la Fiesta podría entender. Y es que la diferencia horaria entre Pamplona y Lima genera matices, emociones y sentimientos tales que, por momentos, uno cree que no es un televisor lo que observa, sino una de las tantas ventanas abalconadas que coronan la adoquinada y siempre anhelada Estafeta.
Fue en alguno de los últimos años de la primera década del dos mil cuando, de manera fortuita, un joven estudiante de ingeniería civil, en medio de sus afanes de fin de ciclo, halló en Televisión Española una transmisión en vivo que logró ahuyentar el sueño lo suficiente como para poder terminar la presentación que debía exponer al día siguiente (la distracción de la tele haciendo ruido era el último recurso, cuando el café ya no hacía efecto). Para hacer honor a la verdad, fue la bella Helena Sánchez, quien entrevistaba en esos momentos a un corro que se preparaba para ver el encierro desde algún vallado, quien se llevó el sueño en un primer momento. Sin embargo, a pesar del apuro del momento, a pesar de la fría madrugada (mientras en Pamplona se suelta la manada, en Santo Domingo, a las 08:00 horas, acá en Lima recién dan la una de la madrugada), a pesar del cansancio de fin de ciclo, la hermosa fiesta en honor a San Fermín, patrono de Navarra, ya había tocado fibras etéreas, en mi interior, que me hicieron caer rendido ante su encanto.
Las calles adoquinadas y sin veredas, los altos edificios salpicados de balcones, las familias y amigos que se asomaban por ellos, emocionados, en espera del cohete que indicara el inicio del encierro de aquel día, la ropa blanca, de pies a cabeza, y los pañuelos rojos al cuello, el ambiente de fiesta, la tensión que iba en aumento en aquella atmósfera propia de la pluma del gran Hemingway y que lograba emanar de la pantalla y absorberme, el primer cántico a las 07:55, periódicos enrollados en mano, al pie de la hornacina en la cuesta de Santo Domingo, los corredores que iban aumentando en número al interior del vallado, el segundo cántico a las 07:57, primero en castellano, luego en euskera, con el acostumbrado movimiento de los periódicos hacia la imagen de San Fermín, las entrevistas de último minuto a personal de seguridad, paramédicos y algún corredor ya veterano listo para el encierro y el tercer y último cántico a las 07:59.
Todo termina en menos de tres minutos, si no ha habido algún toro que se separe demasiado del grupo. Descubrir que todo ello se repetiría al día siguiente fue más reconfortante que la buena calificación obtenida en la presentación de mi trabajo universitario. Y así, desde entonces, una festividad más se sumó a mi calendario. Todos los años, del siete al catorce de julio, programo mi alarma a las 12:00 de la media noche para levantarme, atar un pañuelo rojo alrededor de mi cuello y ver los encierros. El horario afianza la sensación de fiesta en mí, dándole la misma categoría de la que gozan la Navidad y el Año Nuevo. Lo mejor es que, a diferencia de esas fiestas, mis encierros me dan siete días de festejo en los que las ojeras van aumentando durante dicha semana, así como los bostezos y cansancio que mis compañeros de trabajo siempre terminan notando.
Sé que muchos no comprenderán esta afición que me lleva a dormir solo cinco horas por esos siete días. No, no acompaño los encierros con copas de vino (con algunas excepciones algún viernes o sábado); no, no tengo la dicha de degustar la comida típica de la fiesta pamplonesa; no, no me reúno con amistades y familia para presenciar estos encierros. Entonces, ¿Qué es lo que me lleva a seguir, año tras año, esta fiesta? Al igual que las corridas de toros, los encierros de Pamplona guarda deliciosos matices de color, sonido y movimiento que solo las almas más sensibles logran percibir. Sé que también hay aromas y gustos, pero que no me llegan a través de la pantalla, pero que, sin duda, algún día captaré.
Me voy con este hermoso sueño a la cama, pues la inercia de los Sanfermines es grande y, a pesar de que ya terminaron los encierros por este año, a pesar que ya desactivé la alarma guardada como “Gora San Fermín” en mi celular, me he vuelto a despertar, a pesar del cansancio, con ganas de seguir viendo mis encierros. Vuelvo a la cama a dejar dormir esta pasión por un tiempo, hasta que me llegue el siete de julio del próximo año. Desde ya lo espero con emoción. ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!
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