La fábula justa - Parte I: Humanidad
- Danny W. Díaz Klatt
- 28 jul 2015
- 3 Min. de lectura

Esta historia ocurrió en un lugar llamado Humanidad, habitado por un pintoresco grupo de familias, quienes bautizaron la comarca del mismo modo que aquella tierra que los acogía. Los acontecimientos que estoy a punto de contar ocurrieron cuando el mundo era muy nuevo aún y la raza humana todavía no perdía del todo el olor a cuevas y pieles. El tiempo, sin embargo, había pasado raudo y Humanidad había crecido en número, haciendo que sus fronteras fueran ampliándose hasta abarcar una gran extensión que iba desde las gélidas montañas norteñas a las claras costas del sur.
La sociedad, en Humanidad, había madurado con el tiempo. La gente que la componía había aprendido el arte de vivir, por sobre la necesidad de sobrevivir. El arte había surgido como una respuesta innata a la rutina y a la proximidad de unos con otros, pues la nueva moda, el sedentarismo, permitía que Humanidad escogiera por primera vez.
No mucho después que surgiera la primera dinastía, el primer monarca, apareció en la comarca, nadie sabe de dónde, una pequeña criatura que no tardó en ser aceptada por todos como parte de Humanidad. Ella fue llamada Justicia y supo ganarse su lugar, a pesar de ser extranjera.
Justicia era una niña hermosa, con oscuros cabellos ondeados, piel blanca, una fresca sonrisa y unos hermosos y redondos ojos verdes. Sin duda era extraño el pequeño apéndice que tenía al final de la espalda, como si de una pequeña cola se tratara, pero el mundo era tan joven todavía, y la sociedad tan reciente, que todos pensaron que así serían las personas que provenían del lugar de donde ella había venido.
Nadie estaba seguro de dónde vivía, en Humanidad, sin embargo ella siempre estaba ahí, algunas veces deleitándose con los trabajos en el campo, otras correteando entre los puestos del mercado y otras más descansando en las escalinatas de la biblioteca. Sin embargo su actividad favorita, como todo infante, era juguetear con los otros niños del lugar.
Un día en que Justicia se la había pasado con los niños y niñas del puerto, ocurrió algo que inició una serie de cambios drásticos en la vida de Justicia y de Humanidad misma. Uno de los niños más grandes del grupo había sugerido ir a jugar a las lomas sin prever que ahí crecían los espinos y sin sospechar que esa idea marcaría de por vida a Justicia, que era la más pequeña, la más hermosa y la más indefensa.
El grupo de niños había pasado casi toda la mañana correteando sobre las cimas y las laderas sin incidente alguno, pero bastó un descuido para que uno tropezara e hiciera que todos cayeran rodando sobre los espinos a lo largo de una cuesta. Muchos de ellos resultaron con cortes y arañazos, pero fue Justicia quien llevó la peor parte, incrustándose en el rostro largas espinas tras la aparatosa caída. Ese día Justicia perdió ambos ojos y, desde entonces, se le recordaría por llevar la venda que cubriera las huellas de aquel lamentable accidente.
Tal vez la historia hubiera sido otra, de haber quedado las cosas así, sin embargo algo más ocurrió aquel día. Humanidad, sufriendo por lo ocurrido, quiso hacer algo por Justicia. Entonces uno de los consejeros del Rey, llamado Talión, sugirió un castigo para el responsable. Aquel atardecer, el mismo Talión, empleando una daga, arrancó los ojos de la cara de aquel niño que tuvo la mala idea de ir a jugar cerca de los espinos. Y fue esta bárbara acción la que inició los cambios que sufriría Justicia, las metamorfosis, la liberación de sus demonios interiores.
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